martes, 1 de septiembre de 2009

Los recuerdos: esas sombras de luz.

Todos tenemos recuerdos de historias pasadas: la infancia con sus luces de inocencia, sus olores a caramelo y la varita mágica de los cuentos de hadas, la adolescencia tumultuosa como el mar embravecido, el primer beso, el primer amor, la primera vez, es la época de encontrarnos y de probarnos algo a nosotros mismos, no sé qué pues muchas veces no hacemos más que recrudecer la confusión, la juventud y su ímpetu por cambiar el mundo, por gritar más alto y más fuerte, por sembrar semillas, dejar huellas. La adultez y su madurez, el amor calmado por las rutinas diarias, cada vez más necesarias. La vejez mansa, callada, dulce, solo espera y recuerda, abre el baúl y deja revoletear cual mariposas esos recuerdos que como sombras de luces que un día fueron iluminan una vez más el alma del que ya soñó y vivió, desanduvo los caminos.

Dice Julio Cortázar uno de mis escritores favoritos: “Pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose tan solapados a la cosa en sí, al presente puro, entristeciéndonos y aleccionándonos vicariamente hasta que el propio ser se vuelve vicario…

Qué seríamos sin el poder de los recuerdos, si no se agolparan en los momentos malos y en los momentos buenos, diciéndonos que no siempre estuvimos tan solos, tan tristes que todavía es posible, que siempre hay otra historia para contar.

Ernesto Sabato también rebusca en sus recuerdos y nos dice: “he pasado tres días extraños: el mar, la playa, los caminos me fueron trayendo recuerdos de otros tiempos. No solo imágenes: también voces, gritos y grandes silencios de otros días.” Es curioso pero vivir consiste en construir futuros recuerdos. Es que la vida pasada es solo un montón de recuerdos, el presente será un recuerdo ya al instante siguiente de ser pasado y solo eso debería darnos la fuerza para construir solo recuerdos hermosos, que nos hagan reír y no recuerdos tristes, esos que te atenazan el alma y te cortan el sueño pero que nos hacen crecer con la esperanza de poder vivir en ese lugar que construimos un vez en lo más recóndito de nuestros recuerdos infantiles.

Porque los recuerdos están aún como cuando Dulce María decimos: “no te nombro, pero estás en mí como la música en la garganta del ruiseñor aunque no esté cantando.”

Solo a través de los recuerdos se mide el valor de una vida, un anciano sin memoria es un anciano sin sentido, un alma que vaga ciega y no puede encontrar el camino. Por eso a lo que más tememos es al Alzheimer por su poder de desnudar la mente y sumirla en el dolor de la nada como al cuerpo sin pieles en medio del frio estepario. Porque siempre tengamos un Albantar al que regresar hoy me despido con el poema de un amigo:

Utopía:
Qué color puede tener mañana el día,
Estamos en verano si te detienes a pensar,
Si juntas todas las horas de tu vida,
Tal vez logres imaginar los olores del amanecer,
El canto del pájaro perdido
Los ojos del que va a tocar tu puerta.
Ningún día es igual y tú lo sabes,
Pero quieres que mañana,
Todas las mañanas de mañana
Se parezcan a un día de hace tiempo,
Quizás no todo el día, ni siquiera una hora,
Solo el minuto aquel, el segundo preciso,
En que pudiste ver, como en un sueño,
El azul intocable de esa isla.

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