lunes, 30 de agosto de 2010

La era desechable.

Me imagino que se preguntarán cual es la buena nueva que me hace sentarme a escribir después de tantos meses y es que mis amigos me he dejado atrapar por la rutina cotidiana esa que te embota las ideas y te roba la creatividad. Luchar contra la monotonía se hace cada vez más difícil en un mundo diseñado para hacerte la vida rutinaria y agobiante de manera que no puedas pensar más que en: sobreviví otro día, otro día más con empleo, otro día en que pude comer, otro día más y nada más…

Es difícil hacer planes en un mundo donde vivimos endeudados pagando el auto, la renta, ahorrando para mejorar el techo o comprar un celular de nuevo modelo. Los planes a largo plazo no son funcionales pues no sabemos dónde estaremos en qué condiciones, no es fácil porque la vida es cada vez más cara y vivirla requiere cada vez menos escrúpulos. La gente ya no piensa en ser digno sino en tener más para vestir con ropa de marca y poder ir a un hotel de lujo. Se justifica la falta de educación con razones cada vez menos valederas, se justifica lo mal hecho porque hay que tener y para tener hay que aplastar.

Es la era donde todos somos reemplazables la casa, el auto, los amigos, la familia y hasta el amor. Nuestros hijos no heredarán ni la historia que cada día reinventamos en beneficio de aquellos que tienen el poder y a quienes alabamos para poder mantener un status quo que nos ahoga pero sin el que definitivamente no sabemos vivir. El mundo se queda sin utopías pero no nos importa siempre que el mercado saque nuevos modelos…les regalo un historia del uruguayo  Marciano Durán que va de esta guisa……

Seguro que el destino se ha confabulado para complicarme la vida.

No consigo acomodar el cuerpo a los nuevos tiempos.

O por decirlo mejor: no consigo acomodar el cuerpo al “use y tire” ni al “compre y compre” ni al “desechable”.

Ya sé, tendría que ir a terapia o pedirle a algún siquiatra que me medicara.

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los gurises.

Los colgábamos en la cuerda junto a los chiripás; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos… nuestros nenes… apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales).

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!

Sí, ya sé… a nuestra generación siempre le costó tirar.

¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables!

Y así anduvimos por las calles uruguayas guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor.

Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra.

Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto.

Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plast de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de alpaca en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en que las cosas se compraban para toda la vida.

¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.

¡Nos están jodiendo!

¡¡Yo los descubrí… lo hacen adrede!!

Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo.

Nada se repara.

¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommier casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se deshecha y mientras tanto producimos más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de 50 años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon.

La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.

De por ahí vengo yo.

Y no es que haya sido mejor.

Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo” pasarse al “compre y tire que ya se viene el modelo nuevo”.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya sí era un nombre como para cambiarlo)

Me educaron para guardar todo.

¡Toooodo!

Lo que servía y lo que no.

Porque algún día las cosas podían volver a servir.

Le dábamos crédito a todo.

Sí… ya sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no.

Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas de jardinera… y no sé cómo no guardamos la primera caquita.

¡¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?!

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones.

El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto.

Y guardábamos.

¡¡Cómo guardábamos!!

¡¡Tooooodo lo guardábamos!!

¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!

¡¿Cómo para qué?!

Hacíamos limpia calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares.

Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela.

¡Tooodo guardábamos!

Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus.

Y las cosas que nunca usaríamos.

Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón.

Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar.

Cañitos de plástico sin la tinta, cañitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón.

Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraran al terminar su ciclo, los uruguayos inventábamos la recarga de los encendedores descartables.

Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de paté o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave.

¡Y las pilas!

Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa.

Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más.

No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables… eran guardables.

¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al cuadril!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque del Banco de Seguros para hacer cuadros, y los cuentagotas de los remedios por si algún remedio no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos.

Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posamates, y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de cartas se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía “éste es un 4 de bastos”.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal.

Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos.

Así como hoy las nuevas generaciones deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada… ni a Walt Disney.

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron “Tómese el helado y después tire la copita”, nosotros dijimos que sí, pero… ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.

Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos.

Las primeras botellas de plástico -las de suero y las de Agua Jane- se transformaron en adornos de dudosa belleza.

Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.

No lo voy a hacer.

Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.

Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero.

No lo voy a hacer.

No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.

No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.

De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.

Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo que la bruja me gane de mano … y sea yo el entregado.

Y yo…no me entrego.

domingo, 9 de mayo de 2010

Heridas del alma.

Hoy es uno de esos días en los que no sé qué hacer, siento que la gente me golpea y no sé por qué. Sé que hay que poner la otra mejilla, pero qué difícil es. ¿Por qué motivo las personas nos herimos unos a otros? ¿Por qué nos dejamos vencer por la ira y atacamos sin pensar lo que decimos? La mayoría de las veces herimos al otro sin meditar, sin pensar en las secuelas. Nos hacemos daño, solo por el placer de desahogarnos.

Una vez escuché una fábula donde se decía que las heridas que infligimos a otro son como los clavos en la madera, que luego por más que uno se arrepienta y sea perdonado, una vez que el clavo sale queda irremediablemente su huella en la madera. Así son las heridas del alma. Hay personas que tenemos la apariencia de ser fuertes, de poder con todo y por dentro llevamos el alma llena de cicatrices.

Aristóteles una vez dijo: Cualquiera puede ponerse furioso, eso es fácil. Pero estar furioso, con la persona correcta, con la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto y de la forma correcta… eso no es fácil. Si pensamos en esto cada vez que sentimos que la ira nos domina y contamos hasta diez entonces tal vez seamos capaces de ir por la vida con nuestra alma sin jirones. Pero si no somos capaces de evitar la ira entonces tenemos que ser capaces de encoger el corazón y ponerlo al sol para que sane, luego hay que darlo sin pensar en nada y sin medidas. Creo que la única forma es dar amor y solo amor. Hoy los dejo con uno de mis poemas favoritos, es de la autoría de Fayad Jamís…

Con tantos palos que te dio la vida

Y aún sigues dándole a la vida sueños

Eres una loca que jamás se cansa

De abrir ventanas y sembrar luceros.

Con tantos palos que te dio la noche

Tanta crueldad y frío, y tanto miedo,

Eres una loca de mirada triste

Que solo sabe amar con todo el pecho

Fabricar papalotes y poemas

Y otras patrañas que se lleva el viento.

Eres una simple mujer loca de esperanza

Que siente como nace un hombre nuevo.

Con tantos palos que te dio la vida

Y aún no te cansa de decir Te quiero.

lunes, 26 de abril de 2010

¿Residente o visitante?

Hace poco tuve que explicarle a mi abuela que significaban estas palabras luego de ver en las noticias culturales el multitudinario concierto de Calle 13 que sacudió a una Cuba joven que se quedó con ganas de más. Ella no entiende esa música, ni ese estilo de vestuario, ni mucho menos esas palabras que definen a miles de latinos dispersos por el mundo. Residente o visitante más que una condición es un signo identitario de aquellos que por disímiles razones se han desarraigado de su suelo patrio en la búsqueda de un sueño, de ese mundo mejor al que tenemos derecho. Pero ¿Cuántos han encontrado un espacio valedero en esa otra gran urbe que los acoge?

La mayoría de estos residentes o visitantes viven una vida de añoranzas al igual que Ulises por su Ítaca, sufriendo la vertiginosa sensación de hallarse descentrado, fuera del tiempo, en un espacio donde las raíces han quedado al aire, sin asidero, sin memorias. Luchar contra el sentimiento del emigrante es lo más difícil del exilio ya sea obligatorio o por decisión propia. Lo difícil del emigrante es el sentimiento de pérdida, de que por más que se construya el futuro, le falta el pasado, la mitad de sí mismo que queda atrapada en las fronteras de una país, de una patria en la creemos por fe, por la misma fe en que creemos en nuestra madre, porque al igual que ella fue la simiente en que germinamos por nueve meses, es en la patria donde están enterradas las raíces milenarias de la estirpe familiar.

En América Latina hay un sinfín de familias de las que solo queda la mitad, pues la otra cual semillas lanzadas al viento, está esparcida por el mundo sufriendo el dolor del desarraigo. Residente o visitante son sinónimos de una nueva realidad que se cierne en la familia del nuevo milenio. Es sinónimo del que cruza las fronteras detrás de un ideal, dejando tras de sí lo mejor y lo peor de un pasado que indiscutiblemente es parte de lo que somos. Hoy los dejo con una canción de Carlos Varela que siempre me hace llorar. Para la mitad de mi familia dispersa en Holanda, Miami y Tokio, sin ustedes el árbol no florece igual…

Detrás de todos estos años

detrás del miedo y el dolor,

vivimos añorando algo,

algo que nunca más volvió.

Detrás de los que no se fueron

detrás de los que ya no están

hay una foto de familia

donde lloramos al final.

Tratando de mirar

por el ojo de la aguja.

Tratando de vivir

dentro de una misma burbuja.

Solos.

Detrás de toda la nostalgia,

de la mentira y la traición,

detrás de toda la distancia,

detrás de la separación.

Detrás de todos los gobiernos,

de las fronteras y la religión

hay una foto de familia

hay una foto de los dos.

Tratando de mirar

por el ojo de la aguja.

Tratando de vivir

dentro de una misma burbuja.

Solos.

Detrás de todos estos años

detrás del miedo y el dolor,

vivimos añorando algo,

y descubrimos con desilusión

que no sirvió de nada

de nada

"o casi nada

que no es lo mismo

pero es igual"

viernes, 5 de marzo de 2010

Donde está la esperanza…

Por estos días el tiempo no me alcanza y me dejo llevar por la rutina, he abandonado este espacio sin excusas valederas pues solo en esta última semana es que me han surgido verdaderos problemas. Este nuevo año espero que podamos construir sino en este mundo al menos en este mi pedazo de mundo un lugar mucho mejor.

El 2010 comienza con mucho frío en el norte y lluvia y calor para el sur, muchos leen los cambios climáticos como el vaticinio de un final cercano, yo sin miedo a profecías solo espero que este año, todos recapacitemos y sembremos la esperanza en aquellos sitios que están a oscuras, en la miseria y en el dolor. Por Haití y Chile un reclamo, por los niños con la mirada triste y el dolor reflejado en su expresión. Por todos aquellos dispersos en los lugares más inhóspitos de nuestro planeta tenemos que luchar. Solo siendo mejores podemos aspirar a perdurar como especie. La esperanza se esconde en la mugre, en el sufrimiento, en la miseria humana. Está muy lejos de los supermercados y las tiendas de modas, de los súper restaurantes o de los spas. Este año necesita de un cambio y tiene que ser para bien, devolvámonos la esperanza que todavía el futuro es posible… y como no puede ser de otra forma los dejo con mi amigo el trovador, esta genial canción de Silvio

Si me dijeran pide un deseo,
preferiría un rabo de nube,
un torbellino en el suelo
y una gran ira que sube.
Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.

Si me dijeran pide un deseo,
preferiría un rabo de nube,
que se llevara lo feo
y nos dejara el querube.
Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.